Tenía ganas de hacer una comedia de una vez por todas", contaba Lee el pasado mes de mayo durante el certamen de Cannes. "No creo que algo como Woodstock pudiera repetirse hoy en día. Y eso es lo que echo de menos".
Hay algo nuevo que contar de los tres días de Woodstock de 1969? Parece que sí. Cuarenta años después aún puede hablarse del legendario festival si se hace de forma tan distendida como Ang Lee ("Brokeback Mountain").
Después de seis películas de tintes dramáticos, el director se ha permitido un capricho. "Tenía ganas de hacer una comedia de una vez por todas", contaba Lee el pasado mes de mayo durante el certamen de Cannes. "No creo que algo como Woodstock pudiera repetirse hoy en día. Y eso es lo que echo de menos".
Probablemente el director taiwanés nacido en 1954 no ganará un nuevo Oscar con "Taking Woodstock", pero lo cierto es que su última película, un colorido homenaje a los tiempos de flores, paz y amor, consigue divertir. Devuelve al espectador a la era de los hippies desde el primer momento del film, cuando la pradera brilla en tonos violetas.
Y rememora a lo largo de dos horas aquellos momentos de liberación y euforia sin caer en el sentimentalismo, gracias a un grupo de actores consagrados y de nuevas promesas.
Los conciertos en realidad ocupan un segundo plano de la película, basada en un libro de memorias de Elliot Tiber. El personaje protagonista es un decorador de interiores (interpretado por Demetri Martin), que trata por todos los medios de salvar el decadente motel de sus excéntricos padres, Jake (Harry Goodman) y Sonia (Imelda Staunton), en la pequeña ciudad de Bethel.
Cuando Elliot escucha que un concierto al aire libre en una localidad cercana ha sido cancelado, el joven emprendedor decide aprovechar la oportunidad y se pone en contacto con el organizador del evento, Michael Lang (Jonathan Groff). Hordas de melenudos toman poco después su pueblo. El granjero Max Yasgur (Eugene Levy) pone sus pastos a disposición de los visitantes. Lo que ocurrió después forma parte de la historia de la música.
Los padres de Elliot observan la invasión hippie estupefactos al principio, pero pronto hacen uso de la visión comercial. Y es que Woodstock fue también un gran negocio, el rock y el dinero siempre han ido de la mano.
El festival llegó en un momento de profunda división en Estados Unidos, como la película refleja a través de Billy (Emile Hirsch), un amigo de Elliot que regresa traumatizado de Vietnam y se deja llevar por el entusiasmo generalizado.
La guerra aparece tangencialmente en "Taking Wodstock", donde se repasan los eventos más relavantes de aquella época, desde la llegada a la Luna hasta los "viajes" con LSD. Aparecen también las escenas más legendarias del festival, como los baños en el barro, y algunos de los personajes más conocidos, como el limpiador de baños que inmortalizó David Wadleigh en un documental.
Ang Lee consigue transmitir el ambiente de revolución de aquel anárquico verano a través de soberbias imágenes y escenas. Como la que muestra al padre de Elliot junto a Vilma (Liev Schreiber), un militar veterano travestido, junto a un lago repleto de bañistas desnudos. El viento mece los árboles y la música parece marcar el inicio de una nueva era. "Este es el centro del universo", comenta Vilma.
La fiesta se acaba tres días después y llega el momento de recoger las montañas de basura. Michael, el carismático y excéntrico organizador, cabalga por la pradera, como un hidalgo después de la batalla. Habla de su próximo proyecto, un concierto gratuito de los Rolling Stones en Altamont. Lejos de caer en la ingenuidad, el filme de Ang Lee concluye con una aciaga premonición.
El concierto de Altamont, celebrado en diciembre de 1969, se saldó con cuatro muertos, marcando así el fin del verano del amor. Los Angeles, Cal., EU (Milenio)
Después de seis películas de tintes dramáticos, el director se ha permitido un capricho. "Tenía ganas de hacer una comedia de una vez por todas", contaba Lee el pasado mes de mayo durante el certamen de Cannes. "No creo que algo como Woodstock pudiera repetirse hoy en día. Y eso es lo que echo de menos".
Probablemente el director taiwanés nacido en 1954 no ganará un nuevo Oscar con "Taking Woodstock", pero lo cierto es que su última película, un colorido homenaje a los tiempos de flores, paz y amor, consigue divertir. Devuelve al espectador a la era de los hippies desde el primer momento del film, cuando la pradera brilla en tonos violetas.
Y rememora a lo largo de dos horas aquellos momentos de liberación y euforia sin caer en el sentimentalismo, gracias a un grupo de actores consagrados y de nuevas promesas.
Los conciertos en realidad ocupan un segundo plano de la película, basada en un libro de memorias de Elliot Tiber. El personaje protagonista es un decorador de interiores (interpretado por Demetri Martin), que trata por todos los medios de salvar el decadente motel de sus excéntricos padres, Jake (Harry Goodman) y Sonia (Imelda Staunton), en la pequeña ciudad de Bethel.
Cuando Elliot escucha que un concierto al aire libre en una localidad cercana ha sido cancelado, el joven emprendedor decide aprovechar la oportunidad y se pone en contacto con el organizador del evento, Michael Lang (Jonathan Groff). Hordas de melenudos toman poco después su pueblo. El granjero Max Yasgur (Eugene Levy) pone sus pastos a disposición de los visitantes. Lo que ocurrió después forma parte de la historia de la música.
Los padres de Elliot observan la invasión hippie estupefactos al principio, pero pronto hacen uso de la visión comercial. Y es que Woodstock fue también un gran negocio, el rock y el dinero siempre han ido de la mano.
El festival llegó en un momento de profunda división en Estados Unidos, como la película refleja a través de Billy (Emile Hirsch), un amigo de Elliot que regresa traumatizado de Vietnam y se deja llevar por el entusiasmo generalizado.
La guerra aparece tangencialmente en "Taking Wodstock", donde se repasan los eventos más relavantes de aquella época, desde la llegada a la Luna hasta los "viajes" con LSD. Aparecen también las escenas más legendarias del festival, como los baños en el barro, y algunos de los personajes más conocidos, como el limpiador de baños que inmortalizó David Wadleigh en un documental.
Ang Lee consigue transmitir el ambiente de revolución de aquel anárquico verano a través de soberbias imágenes y escenas. Como la que muestra al padre de Elliot junto a Vilma (Liev Schreiber), un militar veterano travestido, junto a un lago repleto de bañistas desnudos. El viento mece los árboles y la música parece marcar el inicio de una nueva era. "Este es el centro del universo", comenta Vilma.
La fiesta se acaba tres días después y llega el momento de recoger las montañas de basura. Michael, el carismático y excéntrico organizador, cabalga por la pradera, como un hidalgo después de la batalla. Habla de su próximo proyecto, un concierto gratuito de los Rolling Stones en Altamont. Lejos de caer en la ingenuidad, el filme de Ang Lee concluye con una aciaga premonición.
El concierto de Altamont, celebrado en diciembre de 1969, se saldó con cuatro muertos, marcando así el fin del verano del amor. Los Angeles, Cal., EU (Milenio)
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